Y hoy, no sé muy bien porqué, me ha apetecido subirme a la bici verbal. Tampoco hace falta filosofar, que este blog no está en esa línea. Más bien, pretendo pasearme por el lado amable, que oye, para complicaciones...
A lo que vamos. Qué listos eran los romanos. Sí, los romanos, esos señores de Roma, Italia.
Hablo de los señores de las falditas. Esos que llevaban la faldita como nadie. Que paseaban sus piernas robustas, (o al menos, así salen en las pelis de romanos) por esos adoquines tan bien puestos.
Y por encima de la plebe, ahí estaba él. El superlisto, el dómine. El pollo en cuestión, el mandamás, el dueño del cotarro, de la casa, de la dómina, de la tierra, del cielo, y de todo lo visible y lo invisible, y en definitiva de toda la peña, paseaba erguido seguido de su corte, cuando de repente, y sin previo aviso, zas, va y se le introduce una piedrecita por la sandalia de diseño.
Y el tío va. y ni corto ni perezoso, blasfema y se aclama a Júpiter. De nuevo, Júpiter se ceba sobre su persona, y le envía una señal. Cuidado, majete, que hasta una insignificante piedrecita puede fastidiarte el día.
Pues eso, ojo con las piedrecitas...
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